Como llegué al Aikido.

Llegué al Aikido de una forma inesperada, fue algo así como un vago recuerdo que de repente se hizo realidad.
Un día, cuando era niño, viendo la televisión pusieron un reportaje sobre artes marciales, donde hablaban de casi todas y me llamo especialmente la atención ver a dos tipos con faldas negras, donde uno de ellos al aplicar una simple torsión de muñeca, (ahora sé que se llama Kote gaeshi), hacia que el otro diera toda una vuelta en el aire. Me llamó tanto la atención que le pregunté a mi padre, que en ese momento practicaba Judo, que qué era eso y me dijo: "un invento japoné que solo lo saben ellos, pero acá (Cuba), no hay" e intentó de buena fe, meterme en Judo. La verdad yo no estaba para eso, me gustaba hacer gimnasia callejera con mis amigos del barrio, o sea, jugar a ser gimnasta, ¡que loco estaba!.
 
      
 
Después me dediqué por completo a la música, haciendo algo de deporte de vez en cuando por mi cuenta, pero hace unos años sentí la necesidad de practicar un deporte de forma disciplinada, probé varios pero sentía que no era lo que buscaba, y mirando internet, saltó de repente el Aikido y fue recordar esa imagen de niño y me dio un subidón aún mayor cuando vi que se practicaba cerca de casa, no dude ni un segundo, fui a una primera clase con el objetivo de anortarme ya, pero me dijeron que probara y bueno, había que probar, pero al salir de clase me anote firme. ¡Que bien me sentí!.
 
Ya hace casi tres años que estoy en esto y la verdad, podría decir sin temor a equivocarme que es lo que siempre quise practicar, no tengo palabras para definir el bienestar que me produce el hecho de hacer Aikido. Desde mi humilde punto de vista es para mí un corrector en potencia en todos los sentidos, siempre se suele decir que tenemos un lado del cerebro más desarrollado que otro y les cuento una anécdota: "Yo soy diestro y un día trabajando en la restauración de mi casa, estaba clavando unas tablas para hacer un par de puertas grandes de obra y de repente, me vi clavando, con el martillo en mi mano izquierda como si fuera la derecha, ya que esta se me había cansado, miré mi mano izquierda asombrado y dije así sin mas, ¡Ño, el Aikido!.
 
                                                                                                                              Oscar Rodriguez Calvo